Hay que conocer la historia para repetirla o no

jueves, 4 de octubre de 2012

Yo soy español ¡Qué honor!


En agosto, estuve en una manifestación antitaurina que, tuvo lugar en una población española en la que lamentablemente resido por el momento y que no mencionaré. Hay que recordar que la reciente subida del IVA por parte de nuestro amado gobierno, no ha afectado a los toros ni al fútbol, a diferencia del cine, teatro, material escolar, productos básicos, etc.
Bien. La susodicha manifestación, transcurrió de forma pacífica, como no puede ser de otra manera en España. Pero por supuesto, ese pacifismo no impidió que los mierdecillas que entraban en la plaza de toros (los manifestantes nos concentramos ahí) nos insultaran, se rieran de nosotros o ambas cosas. Pero, a mi juicio, lo único relevante que ocurrió aquel día fue la detención de dos antitaurinos, con los correspondientes porrazos por parte de los perritos de azul (policía nacional) a los que se acercaron para interesarse por la suerte de los «radicales» detenidos. Vale. Para mí, lo más destacable de aquello fue la reacción de algunos/as de los que estaban a mi alrededor: Una señora (de los manifestantes) prácticamente justificaba la acción de la policía porque: «¡Claro! ¡Es que están insultándoles -a los taurinos- y eso no puede ser!» Y otra chica que, era de las organizadoras de la protesta, gritó a través de su megáfono: «¡No respondáis a las provocaciones! ¡Ellos son violentos, nosotros no!» Desde luego que tenía razón: Por eso, aquella corrida de toros tuvo lugar, al igual que han tenido lugar muchas más anteriormente y, al igual que tendrán lugar muchas más con esta «oposición».
 Con esa proclamación, la organizadora de la protesta, también justificaba la reacción de los esclavos policías. Y lo peor de todo, fue que ese llamamiento de la chica de la organización pro-animalista, tuvo como respuesta el aplauso de buena parte de los allí reunidos... mientras los detenidos se encontraban esposados en el furgón policial.
 Lo que pasó en este caso en concreto, se puede extrapolar a cualquiera de las muchas protestas que se vienen produciendo a lo largo y ancho de la geografía española. Lo que he contado aquí, es solo una de tantas, pero, veis a lo que me refiero ¿no? Bienvenidos a España: así luchamos aquí contra los que nos oprimen. Estoy orgulloso.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Estallidos de «ira» en la España actual


El día 15 de septiembre, tuvo lugar en Madrid, una gran manifestación en contra de los llamados «recortes» de los herederos del franquismo, también conocidos como gobierno del Partido Popular. Aquella fue una manifestación como tantas ha habido anteriormente y como otras que están por venir. A saber: muchos miles de personas en la calle, pancartas por doquier, cánticos, coros del tipo de: «no hay pan para tanto chorizo» o «esto es un atraco», etc; batucadas (grupos de percusión), bailes, risas, colores...
Toda esa gente expresaba su rechazo por los recortes del gobierno; pero ¿qué son esos recortes? la lista es larga: reforma laboral que, básicamente deja las manos libres al empresario para aumentar las horas de trabajo, reducir el sueldo y despedir sin apenas costes para él; reducción del presupuesto destinado a educación (despidos de profesores, más alumnos por aula, eliminación de becas, aumento de precios para el comedor, cierre de escuelas rurales, eliminación de cualquier mención a la pobreza en las asignaturas, estudiantes en barracones y/o sin calefacción, etc.); menos presupuesto para sanidad (despidos de personal sanitario, cierres de urgencias, privatización de hospitales, etc.) instauración del llamado «copago» que en realidad es repago, por que todos hemos cotizado a la seguridad social; eliminación del derecho a la asistencia sanitaria a los inmigrantes sin papeles, a los menores de 26 años que no hayan cotizado y a los pobres en general; obligación a los que cobren algún subsidio, de realizar trabajos sociales (mano de obra esclava); despidos de bomberos y reducción de los voluntarios (la península ha ardido más que nunca este verano. Así podrán construir a gusto); recorte salarial a los funcionarios; subida del IVA (sobre todo en material escolar, productos básicos y cultura; pero no se ha tocado el fútbol ni los toros); fin de las ayudas a la minería; etc, etc, etc. Y mientras los herederos de Franco hacen estas «reformas necesarias», el sucesor del dictador y toda su puta familia siguen ahí y encima tocando los cojones (Urdangarín y la infantita subnormal robando, el rey recibiendo regalos de dictadores como él, mantenidos por todos; matando elefantes, etc); los políticos reciben sueldazos públicos y privados; enchufan a los parientes en cargos públicos; se realizan inyecciones multimillonarias a los bancos, mientras estos dejan en la calle a cientos de miles de familias, por deberles unos euros, 450.000 políticos ( más que nadie en Europa con respecto a su población) chupan del bote; los bancos estafan a ciudadanos (las preferentes); insultan a la clase trabajadora (vagos, caraduras, «que se jodan»); se pone fin de la ley de dependencia (¿para qué sirven los inválidos y enfermos?) etc, etc, etc, etc, etc. Y mientras pasa todo esto, tienes que ver en la tele a esos mismos que te están matando o hundiendo en la miseria, riendose y dándose palmaditas en el hombro en sus reuniones o cuando anuncian sus «reformas».
Ante este panorama ¿cuál es la reacción lógica? Cabrearse infinitamente y sentir profundos deseos de exterminar a aquellos que te están condenando a la muerte, ¿no?... ¡Pues en España no! En este gran país, orgullo del mundo, la reacción típica es la descrita al principio. Claro, luego está el movimiento 15-M, con sus «gritos mudos», que consisten en agitar las manitas (acojonante), cantar, bailar e incluso dar flores (hay imágenes) a los antidisturbios: los mismos que les aporrean sin piedad de vez en cuando. Y esos son la imagen de la «revolución» en España. Eso sí, muchos de estos manifestantes portan camisetas del «Che», banderas de la República española e, incluso máscaras íguales a las que lleva el protagonista de V de Vendetta. Impresionante, solo que se olvidan del pequeño detallito de que Ernesto Guevara luchó y murió con las armas en las manos, de que la Republica se defendió creando un ejército que combatió en una guerra y de que el protagonista de V de Vendeta, se pasa toda la película repartiendo leches y cuchillazos a diestro y siniestro. Pero aquí no. Aquí todo se hace bajo la consigna del pacifismo ridículo y de la no violencia, al mismo tiempo que los que te destruyen, se descojonan de ti. ¿Cómo no se van a descojonar? Yo también lo haría en su lugar; pero claro: ¡no somos como ellos! claro que no.
Siempre hay excepciones. Aparte de algún conato en Barcelona, por parte de unos pocos que, luego han sido tratados de terroristas e inútiles en los varios «NODO» que existen hoy en día por aquí, hay que hablar de los mineros astur-leoneses. Con sus piedras, escudos y cohetes de feria (impresionante arsenal) hicieron retroceder a los esclavos del poder (antidisturbios) en varias ocasiones. No hay duda de que estos proletarios, se quedaron muy cortos en su lucha (ni siquiera utilizaron cócteles molotov como los griegos); pero, comparados con el resto de trabajadores en este país, parecen auténticos revolucionarios dispuestos a morir matando.
Aparte de todo esto, siempre se podrá recurrir a la huelga; a ser posible: huelga general indefinida. Menos mal que ahí están los líderes sindicales para convocarlas... ¡ah no! Se me olvidaba que los secretarios generales de CCOO y UGT, no están de acuerdo con lo de las huelgas y cuando lo están, las convocan para un solo día. En Grecia, las huelgas se contaron por decenas en el 2011, aquí, en los últimos años ha habido dos... de un día.
No hay duda de que el gobierno, los banqueros, los obispos, los magnates y demás, están temblando de miedo. ¡Sí! Sigamos con las caceroladas, las batucadas, los cánticos, los bailes, las pancartas, los gritos, las sentadas. Así vamos a cambiar este mundo. ¡España, que raza indomable!
A Franco, se le pueden criticar muchas cosas; pero no hay duda de que hizo lo que quería hacer, lo que se propuso desde el mismo año de 1936: exterminó a todo aquel dispuesto a luchar. Realmente, acabó con sus enemigos.

domingo, 9 de septiembre de 2012

En Asturias se matan lobos... legalmente

Esta imagen puede parecer de película o del «tercer mundo» ¿no? Pues sí, efectivamente es una imagen procedente del tercer mundo, concretamente de España, más concretamente de Asturias «Paraiso Natural», dice el eslogan.
El gobierno autonómico asturiano, regido por el PSOE (ese «gran» partido al que le sobran las dos siglas: S y O), con la colaboración de algún pasmado de IU, junto con un imbecil de UPyD, ha autorizado la caza del lobo en la región. Para ello aducen lo de siempre: el perjuicio que esos animales causan a los ganaderos.
¿Para qué buscar otras alternativas? ¡vamos a hacerlo a lo español! ¡con dos cojones!
Se puede recurrir a los desplazamientos, subvenciones, etc, como propone el partido animalista PACMA y otras asociaciones y particulares; pero eso son mariconadas para los progres del PSOE asturiano (¡cuanto se diferencian del PP!). Es mejor escuchar las propuestas de los ganaderos que abogan por el exterminio del lobo y a otros subhumanos como ellos. Si hasta han matado a un lobo que portaba un GPS para la investigación. El GPS, había sido colocado por trabajadores a sueldo de la dirección de Parque Nacional Picos de Europa, dependiente del gobierno autonómico. Ahora se sospecha que los héroes cazadores, se están valiendo de esos GPS para localizar mejor a sus víctimas caninas.
Los que habéis visto la película El Pacto de los Lobos, recordaréis la escena de la matanza de lobos. Esta, es una película que transcurre a mediados del siglo XVIII; pues bien, lo que ahí se ve, ya es realidad en la Asturias del siglo XXI.
Algunos calificarán a estos infrahumanos del gobierno asturiano y, a todos los que participan o apoyan las matanzas de lobos, de medievales. Personalmente, no estoy de acuerdo con ese apelativo. Esos infrahumanos, no están en la Edad Media, están en una época mucho peor: los años cuarenta y cincuenta del siglo XX en España.

O empezamos a organizar cacerías de infrahumanos (infinitamente más numerosos que los lobos en España), dejándonos de protestillas pacíficas de las cuales los fascistas y sus esclavos descerebrados se descojonan o, este país no tendrá solución jamás.

martes, 4 de septiembre de 2012

Lo de Belchite tuvo que ser la Batalla de Zaragoza

Se cumplen 75 años de la nefasta Batalla de Belchite. Teniendo en cuenta el nombre que recibió la batalla finalmente, te puede llevar a pensar, si no sabes nada del tema, que la contienda giró en torno a esta población aragonesa de 2000 habitantes en el momento del acontecimiento que aquí vamos a tratar.
Por supuesto que hay gran parte de verdad en eso. No en vano, desde la madrugada del 28 de agosto de 1937, hasta el día 6 del siguiente mes, llegaron a involucrarse varias brigadas mixtas, entre otras unidades, en el asalto a Belchite, con un total de cerca de 20.000 hombres. Allí, en esa población, tuvieron lugar algunos de los momentos más dramáticos e intensos de toda la guerra: bombardeos constantes, tanto desde tierra como desde el aire; luchas casa por casa y habitación por habitación, cuerpo a cuerpo, bayonetas en acción, granadas, escombros por todas partes, plagados de cadáveres pudriéndose bajo los más de 40 grados de temperatura ambiente; asaltos frustrados por las ametralladoras y la metralla...
Desde luego, combates encarnizados como ese o similares, ocurrieron a lo largo de toda la contienda civil y ocurrieron antes en la historia y, estaban muchos más por venir. Pero, se da una particularidad en este hecho que al menos yo no tengo noticia de que tenga parangón en la guerra civil española: la gran concentración de fuerzas y medios en un espacio tan reducido, agravado por el caracter despiadado que se alcanzó allí (tampoco tengo noticia de que se hicieran prisioneros) y la decisión de los defensores de resistir hasta las últimas consecuencias. En definitiva, todo un infierno cayó durante diez días sobre una localidad que, aunque de cierta importancia (3000 habitantes antes del inicio de la guerra), no dejaba de ser un simple pueblo.
Todo lo épico y trágico que revistió esa batalla por Belchite, unido a la propaganda que unos y otros hicieron de ella, propició el que pronto se olvidara que lo de Belchite, fue una batalla dentro de otra batalla mayor. El incomprensible empeño, por parte del general republicano al mando, de hacerse con una población de escaso valor estratégico y moral, solo fue un capítulo enmarcado en una gran ofensiva que abarcaba cien kilómetros de frente y que tenía el ambicioso objetivo final de ocupar la capital de Aragón: Zaragoza, una de las ciudades más importantes, de las que los nacionales controlaban desde el principio de la guerra junto a Sevilla y Valladolid.
Así pues, esta ofensiva se planteó con el fin inmediato de aliviar la presión a la que estaba sometido el Norte republicano; pero el objetivo último era una ciudad de 185.000 habitantes, no el pueblo de Belchite.
ANTECEDENTES
El 14 de agosto de 1937, el bando nacional desplegó el mayor ejército que se había visto hasta entonces en la guerra civil: 90.000 hombres, 126 piezas de artillería y 220 aviones, además de blindados, fueron lanzados al ataque en tierras cántabras, reanudando así la campaña del Norte que se había iniciado el 31 de marzo de ese año y que se había visto interrumpida en julio, a cuenta de la ofensiva republicana en el frente madrileño, ofensiva que pasó a la historia como Batalla de Brunete (de esta batalla se podrían contar algunas cosas similares a las de Belchite), después de tomar Bilbao y casi todo el territorio vizcaino.
La situación en las provincias norteñas controladas por la República, era desesperada desde que Franco se dio cuenta de que era imposible sitiar Madrid completamente y, ni mucho menos conquistarla mediante un ataque frontal y, decidiera entonces que centraría sus «esfuerzos» en liquidar el frente norteño.
Mercenarios moros: buenos soldados,
pero mejores violadores, saqueadores,
mutiladores de indefensos y asesinos. 
El golpe del 18 de julio de 1936 en la península, había fracasado en las provincias de Guipuzcoa, Vizcaya, Santander y Asturias en lo que al Norte cantábrico se refiere. En los primeros meses de la guerra, los nacionales fueron conquistando Guipuzcoa poco a poco en el Este y parte del occidente asturiano en el Oeste, creando así un pasillo que enlazaba la Galicia nacionalista con el Oviedo asediado por las fuerzas republicanas asturianas. En ambos casos, los avances facciosos fueron lentos y costosos, con estancamientos e incluso con algunos retrocesos; pero en ambos casos también, la balanza se inclinó definitivamente del lado nacional, únicamente cuando llegaron a la zona, refuerzos procedentes del ejército de África (Legionarios, Regulares y otros mercenarios moros). De ese modo, los fascistas controlaron la casi totalidad de la provincia de Guipuzcoa en septiembre, cerrando así la frontera terrestre con Francia para los vascos y, las columnas gallegas abrieron una brecha en el cerco de Oviedo en octubre, salvando de esa manera a una capital que estaba a punto de caer. A pesar de la llegada de los africanos, esos éxitos no se obtubieron fácilmente. A modo de ejemplo: durante los combates en torno a Oviedo, las unidades del Tercio (Legión) tuvieron que ser retiradas del frente porque, por así decirlo, solo quedaron cuatro legionarios intactos.
De todas formas, a partir de octubre de 1936, el frente del Norte permaneció más o menos estable. La única acción de cierta magnitud fue la ofensiva asturiana contra el pasillo y contra Oviedo otra vez, en febrero de 1937. Estuvieron a punto de tener éxito, pero la ofensiva en Asturias terminó como empezó, excepto por las miles de bajas sufridas. La insistencia de los asturianos por asaltar Oviedo, se puede criticar y, de hecho, se ha criticado de manera parecida a la insistencia por tomar Belchite.
Durante los meses de noviembre de 1936 y marzo de 1937, el mando fascista empeño casi todos sus recursos en conquistar la capital de España primero y, en cortar las comunicaciones de Madrid con el resto de la España republicana después. Fue necesario que el ejército nacional se estrellara ante las puertas de Madrid en noviembre, que no dieran ningún resultado los tres intentos de cortar la carretera de La Coruña entre noviembre y enero, que tampoco consiguieran cortar la carretera de Valencia en lo que fue la batalla del Jarama en febrero y que las tropas de Musolini fueran desbaratadas en Guadalajara al mes siguiente para que Franco se convenciera de que no tenía nada que hacer en aquella zona, al menos por el momento.
Fue entonces cuando las miras se dirigieron a la zona republicana del Norte: Vizcaya, Santander (Cantabria) y parte de Asturias, incluyendo también una franja del norte de las provincias de León, Palencia, Burgos y Álava.
Las condiciones desfavorables de los republicanos norteños eran evidentes: la flota nacionalista y el tratado de No Intervención les bloqueaba por mar y, estaban separados por hasta cientos de kilómetros por tierra del resto de la zona republicana. Si a esto le añadimos que la creación del joven Ejército Popular, apenas había tenido efecto en aquellas regiones cantábricas y, que al sempiterno mal que afectó siempre a los del bando antifascista que, fueron las disputas políticas y sindicales, le unimos la rivalidad peremne entre vascos, cántabros y asturianos, el futuro de la República en el Norte, en el momento de la ofensiva nacional, se presentaba más que negro. Además, otro problema que tuvo siempre la República, que era el que políticos tomaran decisiones militares, también se dio en el norte, por supuesto.
Desde que se inició el ataque el 31 de marzo de 1937 contra Vizcaya, las fuerzas nacionales contaron con amplia superioridad de medios. Esta superioridad también se daba en el resto del escenario bélico peninsular; pero desde la llegada del material soviético en octubre de 1936, se había podido mitigar en parte, sobre todo en aviación, un aspecto en el que la República conto con una relativa ventaja durante varios meses, una superioridad cualitativa, nunca numérica. Pero esa superioridad aérea apenas se reflejó en el Norte debido a los lógicos problemas de abastecimiento. Los defensores que se batían en Vizcaya contaron con unos 30 aviones eficaces contra los 200 de los invasores. Tampoco se les pudo trasladar demasiados tanques y la artillería antiaerea era poco más que un puñado de ametralladoras pesadas de cuatro bocas, mal repartidas y algunas sin munición. Así todo, la resistencia fue feroz y, los atacantes necesitaron tres meses para ocupar la provincia de Vizcaya.

Madrid bombardeada.
Al fondo aparece el edificio de la Telefónica. Sirvió
como observatorio para guiar y corregir el tiro de la
artillería republicana. Gracias a ello, en parte, la artillería roja fue
bastante eficaz durante la batalla de Madrid. Los bombardeos fascistas,
convertirían al edificio en un queso de gruyere.

Cuando se desencadenó la campaña nacionalista del Norte y el frente madrileño se quedó estabilizado, la República comenzó a buscar la forma de ayudar a los bloqueados norteños, sobre todo indirectamente, mediante ataques de diversión. Al principio esos ataques eran poco dignos de llamarse ofensivas. En abril continuaron las operaciones en torno a Madrid, con unos intentos republicanos por ocupar el Cerro Garabitas en la Casa de Campo. Este cerro era una base de baterías nacionales que machacaban la capital constantemente. Durante los fines de año, los artilleros franquistas en Garabitas, tenían la graciosa costumbre de lanzar doce cañonazos sobre Madrid, a modo de doce campanadas. Esa «anécdota» es para hacerse una idea de la importante labor de los artilleros nacionales en el frente madrileño. Por desgracia, las fuerzas republicanas que se emplearon para tomar una elevación sólidamente defendida, resultaron ser a todas luces insuficientes y, los «cachondos» de Garabitas pudieron seguir divirtiéndose matándo civiles con sus obuses durante el resto de la guerra.
En mayo, mientras el ejército del general Mola en el Norte, continuaba su costoso avance hacia Bilbao, el mando republicano lanzó un ataque que pretendía amenazar Segobia. Fue la batalla de La Granja, esa que Hemingway hizo conocida con su novela Por quién doblan las campanas, que luego se llevó al cine y cuyo protagonista, como no podía ser de otra forma, es un heroe americano rodeado de arapientos españoles. Pero bueno, el caso es que la realidad fue que como en tantas ofensivas republicanas, en la de Segovia, se logró un éxito inicial, consiguiendo penetrar algunos kilómetros, pero pronto quedó detenida y estancada, sin llegar a obtener resultados significativos.
Llega junio, Bilbao está amenazada por los cuatro costados. Entonces la República abandona las operaciones en la zona central y se traslada al frente aragonés, más cerca del Norte. Para ser exactos, se dispone un nuevo ataque contra Huesca (el enésimo), una de las tres capitales de Aragón, que han permanecido en el lado nacional desde el comienzo. El resultado fue el mismo que en los demás intentos: ninguno. A pesar de que se trasladaron a la zona, a parte de las aguerridas Brigadas Internacionales, la capital oscense permaneció como estaba... y Bilbao cayó. El general Mola, no pudo enterarse de la caída de Bilbao, porque también él había caído unas pocas semanas antes. Concretamente cayó desde las alturas, metido en el avión que le transportaba, hasta darse un batacazo contra el suelo.

Enrique Líster con algunos de sus hombres: capaces
de lo mejor y de lo peor                                                    

Es en el mes de julio cuando se produce uno de los acontecimientos más famosos de la guerra: la Batalla de Brunete. Esta vez, el mando republicano se lo tomó más en serio y estaban decididos a ayudar de verdad al Norte. El brillante oficial Vicente Rojo, cogió las riendas del asunto y diseñó una operación destinada, no ha conquistar un pueblo perdido llamado Brunete; sino nada menos que a embolsar a todas las fuerzas nacionales que sitiaban Madrid. Para ello se acumuló una cantidad de fuerzas que la República no había conocido en sus filas hasta entonces: 80.000 hombres, 164 piezas, 100 tanques, 30 blindados y toda la aviación que tenían a mano. Manuel Azaña, dijo que si no se lograba nada con ese ejército, no se lograría nunca. Las palabras del presidente de la República no tuvieron por que ser proféticas; pero por desgracia, lo fueron. Como en otras ocasiones, el comienzo de la batalla fue favorable para la República, de hecho brillante. Durante la noche, toda una división (la 11 de Líster) se infiltró por un hueco desprotegido de la línea del frente nacional, penetró más de diez kilómetros en territorio enemigo sin que nadie se enterara y, atacó la población de Brunete... por la retaguardia. El pueblo cayó casi sin disparar un tiro. Una acción magistral que debió de ser el inicio de una ofensiva que hiciera tambalear al dispositivo fascista en todo el frente madrileño; pero a partir de ahí, poco más positivo se puede contar del ataque republicano. Incomprensiblemente, después de hacerse con Brunete, la gente de Líster decidió tomarse un descanso de unas horitas, dando tiempo así a que llegaran refuerzos para taponar la brecha. Luego los republicanos consiguieron avanzar algo más, a costa de enconados combates; pero los refuerzos nacionales no paraban de llegar y enseguida la ofensiva se transformo en una batalla de posiciones y desgaste, algo que era devastador para la República, porque, aunque los nacionales también sufrieran enormes pérdidas (que las sufrían), estos podían reponer fácilmente sus bajas gracias a la inagotable «cantera» de África, a la generosa ayuda de Hitler y Musolini y, a la no menos estimable ayuda de las potencias «democráticas», que con su No Intervención, bloqueaban las mercancías para la República, pero dejaban que pasase todo el material que necesitaba Franco y su pandilla.
No obstante, a pesar de este fracaso y a los imperdonables fallos, sí que se logró algo con la Batalla de Brunete, algo que no se había logrado con las operaciones desarrolladas entre abril y junio: la ofensiva nacionalista en el Norte quedó paralizada un mes y medio. Franco sacó de ese frente gran cantidad de hombres y material para responder a la amenaza planteada en las cercanías de Madrid. Pero una vez pasado ese «susto», los fascistas se dispusieron a reanudar la campaña y, reuniendo un enorme ejército que colocaba a los republicanos norteños en una situación de inferioridad mayor aún que antes, reiniciaron el asalto, esta vez contra Cantabria, el 14 de agosto como se menciona al principio.
El coronel Vicente Rojo, como jefe del Estado Mayor Central, no tardó en recibir el encargo de diseñar una nueva ofensiva para socorrer a los aislados del Norte. Esta vez concibió la operación junto al competente Antonio Cordón, teniente coronel de artillería y jefe del Estado Mayor del Ejército del Este. Los dos estrategas, con la lección aprendida de Brunete, intentaron tomar las medidas oportunas para que no se repitieran los errores de aquella batalla. En primer lugar, se decidió que la masa de maniobra fuera dividida en agrupaciones y desplegada en un amplio frente, para evitar la concentración de fuerzas en espacios relativamente reducidos y, dificultar así, la distribución de las tropas de refuerzo que los nacionales enviarían sin duda. De esa manera, se ponían los medios para prevenir el que se reprodujera otra batalla de desgaste. Además de esas disposiciones, el coronel Rojo lo dejó claro en sus instrucciones para los jefes de división y brigada: nada de entretenerse en pequeños objetivos. Estaba claro que, las horitas de asueto que los de la 11 división se tomaron en Brunete, estaban muy presentes en la cabeza del jefe republicano. La nueva ofensiva estaba planificada para el avance, basada en los modernos conceptos militares de guerra relámpago y, se pretendió inculcar a los jefes intermedios, la idea de que los objetivos secundarios, eran eso: secundarios.
LAS UNIDADES EN LA BATALLA
Juan Modesto: uno de los pocos
líderes milicianos con experiencia
 previa en combate.                          
El ejército atacante se dividió en cuatro agrupaciones, más dos divisiones que cubrirían los flancos. Parte de las fuerzas operarían al Norte del Ebro, la otra parte lo haría al Sur del gran río. Todas ellas tenían la misión final de caer sobre Zaragoza desde varios puntos. El ejército atacante se dispuso de esta manera: la agrupación A estaba formada por la 27 división del mayor Trueba, con cuatro brigadas: la 122, la 123, la 124 y la 127. La 28 división del mayor Jover cubría su flanco derecho, con dos brigadas: la 125 y la 126. La agrupación A junto a la 28, serán las unidades que más al Norte actuarán y formarían el flanco derecho de todo el enorme despliegue, en la parte septentrional de la sierra de Alcubierre. La agrupación B contaba con la 45 división del moldavo «general Kleber», la división tenía dos brigadas internacionales: la 12 y la 13 y, una española: la 119; pero después de la carnicería de Brunete, las brigadas internacionales ya eran mixtas: con extranjeros y españoles. La agrupación B también operaría al Norte del Ebro y, serían lanzados al ataque desde la zona del frente más cercana a Zaragoza de todo el ejército en esa ofensiva. Durante la batalla, tendrán Zaragoza a menos de diez kilómetros de distancia.
La agrupación C, estaba formada únicamente por dos brigadas: la 102 y la 120. Tenían la misión de pasar el Ebro y cubrir el flanco derecho, con acciones secundarias, de la fuerza principal que actuaría al Sur del río y que será la agrupación D. El grueso del ejército, denominado para esta ocasión agrupación D, no era otro que el famoso V Cuerpo de Ejército del mayor Modesto, lo componía la 11 división del mayor Líster con cuatro brigadas: la 1, la 9, la 100 y la 68. La otra división del V Cuerpo era la 35 del polaco «general Walter», con tres brigadas: las internacionales 11 y 15 y, la española 32. La 25 división del mayor Rodriguez, cudriría el flanco izquierdo de la agrupación D y de todo el ejército de maniobra con cuatro brigadas: la 116, la 134, la 117 y la 118. Las brigadas 141, 143 y 153 quedaron de reserva.
La línea del frente, en la zona escogida para el ataque, estaba defendida por las divisiones nacionalistas 51, del general Urrutia y 52 del general Muñoz Castellanos. Además andaban por la zona dos brigadas independientes: la de Posición y Etapas y la Móvil. Las dos divisiones estaban formadas principalmente por requetés y falangistas; es decir: por milicianos reconvertidos en soldados. Aunque a veces parece que los milicianos, solo actuaron en el bando republicano, resulta que no fue así. En cambio, las dos brigadas móviles se componían de tropas de élite africanas y estaban bien dotadas de medios de transporte para que pudieran acudir préstamente a cualquier punto amenazado. El ejército nacional nunca tuvo problemas para acudir rápidamente a cualquier zona atacada, gracias al suministro de camiones Ford, entre otros de construcción norteamericana y además, nunca les faltó combustible gracias a un magnate tejano del petróleo, dueño de Texaco. ¡España está en deuda con EEUU! cierto: la España fascista, sin duda está en deuda con EEUU.
El mando directo de las unidades atacantes lo tendría el general Sebastian Pozas. Su homólogo en el otro bando será el general Miguel Ponte y Manso de Zúñiga; sí, era un marqués, como se puede deducir por el nombre. Como fecha para el inicio de la ofensiva se fijó el 24 de agosto, de madrugada. La noche fue, probablemente, el único «recurso del pobre» del que el Ejército Popular supo sacar un importante partido a lo largo de la guerra.
Al comienzo de la ofensiva, a cientos de kilómetros al noroeste, la horda fascista se cernía, como una sombra, sobre Santander. Dos días antes, más de veinte batallones vascos, formados mayoritariamente por milicias del PNV y de ANV, habían formalizado su rendición ante los italianos del CTV, en lo que fue conocido como el «pacto de Santoña». Aunque, la rendición propiamente dicha, ya había comenzado un poco antes, cuando esas unidades vascas abandonaron sus posiciones en plena batalla y sin previo aviso, dejando con el culo al aire a santanderinos, asturianos y a las brigadas vascas de mayoría comunista que no habían pactado nada y que no estaban dispuestas a someterse, por mucho que su «patria» se hubiera perdido al caer Bilbao.
Los soldados del ejército de maniobra republicano, que estaban a punto de romper el frente en dirección a Zaragoza, no sabían en ese momento que a Santander le quedaban dos días: caerá en manos de la horda nazi-fascista-monárquica-católica-conservadora-tradicionalista-descerebrada-mercenaria el 26 de agosto, sin que ellos puedan hacer nada para evitarlo. Pero lo intentarán.
LA BATALLA
En lo de Brunete, fue una sola división la que en plena noche se movió con sigilo y rapidez y consiguió sorprender al enemigo; pero en esta ocasión, eran varias divisiones y brigadas las que tenían que hacer lo propio al mismo tiempo y, además con mucha tierra de por medio entre ellas. A pesar de las dificultades de coordinación que algo así entraña, las unidades cumplieron, más o menos, con sus objetivos en las primeras horas de ofensiva. El Ejército Popular ya había comenzado a convertirse en una fuerza capaz de efectuar acciones de envergadura con eficacia.
La agrupación D, la principal fuerza, apoyada por la C, que debían operar al Sur del Ebro, se enfrentaban a una serie de posiciones con importante guarnición: era la línea formada por las poblaciones de Quinto, Codo y Belchite. La idea era alcanzar Fuentes de Ebro, a más de veinte kilómetros del frente en territorio enemigo, en las primeras horas del día. Para ello, Modesto encomendó a la 11 división la tarea de lanzarse sobre Fuentes de Ebro y, si era posible, sobrepasarla en pocas horas. La otra división de la agrupación D: la 35, junto con la 25, debían cubrir el flanco izquierdo de la 11 y, la agrupación C tendrían que hacer lo mismo en el derecho.
Al no contar la República, con el favor del capitalismo estadounidense y sus lameculos, no contaban tampoco con tantos medios motorizados como los nacionales, ni mucho menos. Para suplir esta carencia, ya que no había vehículos para transportar a todas las brigadas de la 11 división, se recurrió a la caballería como medio de transporte para la brigada 100. Las otras dos brigadas que se dirigían a Fuentes de Ebro, lo harían sobre camiones o tanques. ¿Adivináis quien llegó primero? Habéis acertado: la brigada 100 echó pie a tierra al Norte de Fuentes de Ebro, a eso de las diez de la mañana; pero sus motorizados compañeros, todavía iban a tardar unas pocas horas más en llegar. Lógicamente, la brigada 100 no podía avalanzarse sobre la capital de Aragón ella sola. En vez de eso, fijaron posiciones en torno a Fuentes de Ebro, a la espera de la llegada del resto de la división que, lo haría hacia el mediodía; pero a esa hora, también habían recalado por ahí los inevitables refuerzos nacionales. Comenzaba a repetirse la historia de Brunete ya desde el principio. Justo lo que Vicente Rojo y Antonio Cordón querían evitar. A diferencia de la noche, la caballería no fue un recurso que el Ejército Popular utilizara con mucha profusión. En esta ocasión sí se utilizó y con buenos resultados; pero solo para una brigada que, en medio de esta gran ofensiva, no fue suficiente para que ese buen resultado puntual se reflejara en el conjunto del ataque.
El resto de las unidades de la agrupación D y la 25 división, no consiguieron tomar ninguna población; pero comenzaron a cerrar un cerco en torno a Belchite y Codo. En cuanto a los de la agrupación C, tampoco consiguieron hacerse con la localidad de Quinto; pero en un audaz movimiento, los de la brigada 102, mandada por el mayor José Hernandez de la Mano (este también tiene nombre de marqués, pero no lo era) habían ocupado antes, la estación de Pina de Ebro. La estación estaba defendida por un batallón del Regimiento Aragón 17; aunque se llamara «batallón», lo cierto es que esa unidad tenía tamaño de compañía, con unos 150 hombres. La agrupación C, cumplió con los objetivos que tenía encomendados en las primeras horas del día 24. Poco después haría lo mismo con la ermita de Monastre, una importante posición cercana a Quinto, en la que la gente del mayor Hernandez, se distinguiría de nuevo, ocupándola en muy poco tiempo.
Los hispano-internacionales de la agrupación B, eligiendo acertadamente para la ruptura, una parte del frente débilmente defendido, consiguen abrir una brecha de diez kilómetros de profundidad, plantandose frente a Villamayor sin tardar demasiado, a solo diez kilómetros de Zaragoza. Llegados a ese punto, se topan con la IV bandera de la legión recién llegada que, junto a una unidad de blindados, consigue detener el avance de la agrupación B.

Tanque T-26
Los carros soviéticos fueron los mejores que pasaron
por España durante la guerra. Pero los republicanos  no
supieron aprovecharlos. 

El caso más extraño de aquella jornada se dio en las unidades que actuaban más al Norte. La agrupación A y la 28 división se avalanzaron, como una exhalación, sobre el río Gállego, el cual pasaron y después procedieron a conquistar la población de Zuera. En total, avanzaron unos veinte kilómetros después de atravesar la línea del frente. En este empuje, esas fuerzas protagonizaron uno de los pocos casos en las filas republicanas, de buena coordinación entre infantería y tanques. Zuera estaba lista para ser ocupada. Entonces se produjo una de las reacciones más incomprensibles de la batalla y, quizá, de toda la guerra: ante la llegada de los correspondientes refuerzos nacionales, los republicanos echaron por tierra la magnífica acción que acababan de realizar y se replegaron, repasando el Gállego. Aprovechando este regalito, los fascistas y mercenarios, no solo reforzaron la guarnición de la casi perdida Zuera, sino que se hicieron fuertes en la orilla Oeste del río.
En los primeros meses de la guerra, los soldados moros provocaban en los defensores de la República (y en los no defensores también) un terror indescriptible. Las desbandadas que se produjeron, solo ante la noticia de que los africanos se acercaban, son incontables. Con la creación del Ejército Popular se intentó poner fin a este problema entre otros y, se consiguió; pero como se puede ver, transcurrido más de un año de guerra, todavía quedaban reminiscencias de aquello. Se que es facil hablar desde el sofá. Al fin y al cabo, mientras escribo estas palabras, no hay ningún moro asesino y torturador avalanzandose contra mí, con intención de cortarme los testículos y hacérmelos tragar. Pero los de la agrupación A, eran soldados en medio de una batalla, contaban con el apoyo de los poderosos carros T-26, la aviación enemiga apenas había hecho acto de presencia por el momento y, en cuanto a los refuerzos, sabían o debían saber, que iban a llegar más pronto que tarde y además, tampoco eran excesivamente numerosos. Teniendo en cuenta todo eso, se hace muy dificil de entender aquel repliegue. No es de extrañar que al día siguiente, el mayor Trueba, jefe de la agrupación A, fuera relevado de sus funciones en favor del mayor Del Barrio.
Al día siguiente, a pesar de todo, la Agrupación A, con su nuevo jefe y energías renovadas, forzaron de nuevo el paso del Gállego y alcanzaron los arrabales de Zuera; pero ya era tarde: el factor sorpresa se había perdido y la población estaba fuertemente defendida. La gente del mayor Del Barrio tuvo que volver a repasar el río.
El general Ponte no tardó en percatarse de que Zaragoza estaba amenazada. Por ello, solicitó en seguida refuerzos a Franco; pero este (probablemente bien aconsejado), no estaba dispuesto a repetir el error que cometió cuando respondió a la llamada del coronel Rojo el mes anterior, sacando muchas unidades del frente Norte y paralizando esa campaña durante más de un mes. En consecuencia le transmitió a Ponte el mensaje de «resistir», o en otras palabras: «a mamarla»; pero sí permitió que se trasladaran a la zona amenazada las aguerridas y veteranas divisiones 13 (Barrón), 150 (Sáenz de Buruaga) y 105 (Santiago), procedentes todas ellas del frente de Madrid. Además, Franco ordenó que parte de la aviación que operaba en el Norte, partiera también hacia los cielos de Aragón. Esas escuadrillas fueron las únicas fuerzas que retiraría por el momento del frente Norte: con una superioridad de diez a uno en aviones, se lo podía permitir sin consecuencias.
Durante el día 25, el segundo de la ofensiva, se repite en todos los sectores, más o menos lo ocurrido en la zona del río Gallego; es decir: que el proyectado ataque relámpago ya no es posible y que los combates cada vez se intensifican más y se avanza menos. El único aspecto medianamente positivo para los republicanos, es que se reducen casi todos los núcleos de resistencia al sur del Ebro, excepto Belchite y Quinto, aunque está última se puede dar por controlada, porque solo quedan un puñado de defensores resistiendo.
Los de la agrupación A, después de la decepción del primer día, en el que primero, se replegaron ellos solos mas allá del río y, luego se les obligó a repasarlo después de haberlo pasado por segunda vez, decidieron cambiar la dirección del ataque dirigiéndose al Sur, siguiendo la margen del río en la que estaban y atacando una cota: el vértice Crucetas, que amenazaba su flanco izquierdo. Los de la división 28, habían sido desalojados del vértice Pilatos, al Norte. La 27 y 28 divisiones, quedaban atrapadas momentáneamente, entre dos elevaciones controladas por los nacionales.

Unidades de la 120 brigada, acompañaron
a la 102 en la agrupación C

El día 26, mientras se pierde Santander para siempre, acuden al lugar de la batalla del frente aragones, las tres divisiones nacionalistas, veteranas de la batalla de Madrid. Con esto, si aún quedaba alguna posibilidad de avanzar significativamente, esa posibilidad se extinguió del todo. Los de la agrupación B, habían sido reforzados con tres batallones del Ejército del Este para intentar romper las defensas en torno a Villamayor, cosa que estaban a punto de lograr, cuando recalaron en aquel sector parte de las divisiones 105 y 150 que, consiguieron frenar a los hispano-internacionales de «Kleber». La agrupación B, estuvo muy cerca de poder doblegar a los defensores de Villamayor que, era prácticamente el único obstáculo que les separaba de Zaragoza, pero tampoco pudo ser. Contra el ejército nacional y su capacidad de movilidad, cualquier mínima pérdida de tiempo podía desbaratar los planes de maniobra.
Mientras tanto, al Sur del Ebro, los eficaces hombres de la brigada 102, terminan por doblegar a los últimos defensores de Quinto, haciéndose definitivamente con la población. Más al Oeste, se completa el asedio de Belchite y todo queda listo, en aquel sector, para proseguir el avance.
La gente de la agrupación A, cuando parecía que poco más podrían hacer en la batalla, vuelven a protagonizar un alarde ofensivo el día 27. Por tercera vez, atraviesan las defensas de la orilla Oeste del Gállego y, por tercera vez también, penetran en Zuera. Allí se libran combates durísimos, más encarnizados aún que en las dos ocasiones anteriores. Tanto que obligan a Ponte a trasladar fuerzas de otros sectores para contener a la 27 división republicana. Con la ayuda de esos refuerzos, la gente del mayor Del Barrio, es obligada a repasar el Gállego. Pero no acaban ahí las embestidas de la 27 división ese día, redirigiendo los esfuerzos hacia el Sur, como hicieran antes, se lanzan al asalto del vértice Crucetas y, esta vez, sí se apoderan de esa importante cota.
Más al Sur, las tropas de choque africanas de las divisiones 105 y 150, hacen que Zaragoza quede muy lejos para los de la agrupación B, a pesar de que hasta hace un momento, estos tenían a su alcance Villamayor. Tanto es así, que los africanos hacen retroceder a los de «Kleber», a costa de fuertes combates y numerosas pérdidas.
Al Sur del Ebro, Modesto, aparentemente se convence de que no puede progresar por Fuentes de Ebro. Con la línea Belchite-Codo-Quinto bajo control, la ofensiva cambia de dirección y, atacan la población de Mediana, situada a pocos kilómetros al Oeste de Fuentes de Ebro, ocupándola durante esa jornada, en un intento de rebasar Fuentes de Ebro por la izquierda en dirección a Zaragoza; cosa que volvía a presentarse como factible. Pero el mando nacionalista no era estúpido y ya había previsto esa maniobra, colocando un fuerte dispositivo defensivo con importante presencia artillera, en las cercanías de Mediana. La agrupación D, vuelve a quedarse estancada. No ocurre lo mismo al Suroeste, donde la 25 división, que cubría el flanco izquierdo de toda la agrupación D y de la masa principal de maniobra al Sur del Ebro, embiste contra la población de Puebla de Albortón, ocupando la estación de ferrocarril y, dejando a la sitiada Belchite, alejada de sus líneas.

Manfred Stern, alias «general
Kleber». Natural de la antigua
Bucovina, fue uno de los internacionales
más destacados.

Aquel día 27 de agosto, el general Pozas, nos sorprendió con la decisión de apoderarse de Belchite a toda costa. De madrugada, entrando ya en el día 28, comenzará uno de los ataques más patéticos del Ejército Popular, sinó el que más; pero trataremos ese lamentable episodio en otro apartado. Mientras miles de hombres se desangran atacando o defendiendo ese pueblo de Belchite, la gran ofensiva continúa.
Los valerosos hombres de la agrupación A, no cejan en su empeño de presionar sobre las posiciones nacionales del río Gállego y del Sur del vértice Crucetas. La 28 división, que les cubría más al Norte, se habían hecho con el vértice Pilatos. Sorprendentemente y a pesar de los tropiezos pasados, el empuje de estas dos divisiones se mantenía casi intacto. Por otro lado, la acción más meritoria del día 28, la protagonizaron los hombres del «general Kleber» y su agrupación B. ¿Recuerdas que estaban estancados ante Villamayor y que incluso habían retrocedido? Pues hete aquí, que en aquella jornada penetraron en Villamayor al fin. El éxito parecia tan evidente que el internacional moldavo, comunicó a sus mandos la toma de la posición, pero por desgracia se pasó de listo. Una vez más, con refuerzos llegados de no se sabe donde, los nacionales contraatacaron y obligaron a la agrupación B a desalojar Villamayor, causándoles numerosas bajas. Los hispano- internacionales de la B, se habían comportado con un valor inigualable; pero después de este último varapalo, su capacidad ofensiva se perdió definitivamente.

General de caballería 
Miguel Ponte: Al comienzo
de la guerra,  mandó a las
tropas que consiguieron que
en Valladolid triunfara el golpe,
junto al general Saliquet.

Mientras tanto, a Modesto le hicieron la gracia de quitarle algunas unidades que serían destinadas a nutrir la fuerza que asaltaba Belchite. ¡Bien por el general Pozas! Eso es lo que yo llamo: una buena utilización de tus recursos. A pesar de todo, el líder del antiguo Quinto Regimiento, insistió en forzar una brecha que le condujera hacia Zaragoza. Modesto fue muy criticado por esa insistencia, incluso por Líster. Es muy posible que esas críticas no estuvieran exentas de razón, ya que, con esos repetidos ataques frontales contra posiciones bien defendidas, se produjo una sangría en las filas republicanas y ningún resultado. De todas formas, me gustaría romper una lanza en favor de Modesto. A parte de que le retiraran algunas unidades para el despropósito de Belchite, yo supongo que él nunca olvidó cual era el verdadero objetivo de la ofensiva.
Pasan los días y, la gente de Modesto sigue dándose cabezazos contra el muro defensivo nacionalista. El día 30, las dívisiones nacionales 13 y 150, avanzan y ocupan un estratégico punto, llamado vértice Sillero, que está situado al Oeste de Mediana y al Norte de Puebla de Albortón. Con esto, las mínimas posibilidades que quedaban de progresar hacia Zaragoza, quedan fulminadas. El mayor Modesto, se convence al fin de que no hay nada que hacer y solicita que sus fuerzas sean relevadas.

General Sebastián Pozas: Director de la Guardia
Civil al principio de la guerra. Su lealtad a la República
posibilitó, en gran medida, que la Guardia
Civil luchara contra los golpistas en Madrid,
Barcelona y otras localidades.

Y volvemos a la agrupación A. Olvidándose por el momento de las posiciones enemigas del Gállego, se centran en avanzar hacía el Sur por la margen Este del río. Después de varios kilómetros de avance, se ven frenados ante la localidad de San Mateo, que está fuertemente defendida, como todas las posiciones nacionalistas a esas alturas. Aunque no se logra tomar San Mateo, el progreso de la agrupación A en dirección Sur, ha creado una cuña que podría crear una bolsa entre las poblaciones de Perdiguera y Leciñena, en las que quedarían atrapadas un considerable número de tropas nacionales. Los incansables hombres de la agrupación A, sin recibir refuerzos, ni relevos, continuará combatiendo y ganando terreno hasta los comienzos del mes de septiembre. La cuña hacia el Sur, creada por la gente del mayor Del Barrio, alcanzó una profundidad tal que, se detuvo a apenas cinco kilómetros de enlazar con la agrupación B. Para que la bolsa de Perdiguera-Leciñena se cerrara del todo, era necesario que la agrupación B pusiera algo de su parte; pero estos, estaban completamente agotados y apenas podían mantener sus posiciones. A su vez, la agrupación A y la 28 división, después de pasos y repasos del río, asaltos frustrados varios, conquistas, pérdidas y reconquistas de vértices, etc, también tenían la capacidad ofensiva agotada a primeros de septiembre. A consecuencia de esto, no se pudo progresar más y, la bolsa Perdiguera-Leciñena nunca se cerró.
El general Ponte, sabe que el Ejército Republicano no tiene nada más que decir al Norte del Ebro. Por eso se ordena que las divisiones 13 y 150, recuperen el terreno perdido al Sur y rescaten a los asediados de Belchite. Lo cierto es que estas unidades, tampoco tendrán mucho más que decir después de su larga marcha desde Madrid y sus posteriores días de combates durísimos. De todas formas, los mercenarios cumplen la orden y, con su contraataque están cerca de cortar la carretera que une Belchite con Mediana. Pero no lo logran y encima dejan expuesto uno de sus flancos a consecuencia de ese avance. Un descuido que los republicanos aprovechan atacando aquel flanco desprotegido el día 2 de septiembre desde Fuendetodos (el pueblo de Goya, por cierto). Aún así, los muchachos de la 13 división se defienden bien e, incluso se apoderan de algunas posiciones más, pero eso es todo. El tramo de carretera Belchite-Mediana, permanece en manos republicanas. Que la 13 y la 150, alcancen Belchite a más de veinte kilómetros de donde están, es impensable; pero seguirán intentándolo con vehemencia hasta el día 4. Entonces, Barrón y Saenz de Buruaga, al ver que no solo no pueden ganar más terreno a los bien asentados hombres de la agrupación D y la 25 división, sino que encima estos se permiten contraatacarles de vez en cuando, fueron conscientes de que si Belchite era rescatado, no sería gracias a las divisiones que ellos mandaban. El general Ponte ordena el día 5, a las divisiones 13 y 150, que paren ya con sus ataques al Sur del Ebro.

Caballería republicana
Para el 1 de septiembre, el objetivo de la ofensiva, de volver a paralizar la campaña fascista en el Norte, había fracasado y es de suponer que a esas alturas casi todos lo sabían. Al comienzo de aquel mes, el único reducto republicano en Cantabria era Liébana y, las hordas nacionales se disponían a asolar el pedazo de Asturias que aún no controlaban. Como todos saben, Asturias caería en Octubre y con ella se derrumbará todo el frente Norte. Pero en el proceso, los soldados asturianos, los cántabros supervivientes y las brigadas vascas que habían decidido luchar hasta el final, harían que el glorioso e invicto ejército de Franco, conociera el infierno durante más de un mes.
¿Cómo sería la resistencia republicana en Asturias, para que el general Solchaga, jefe de las Brigadas Navarras, elogiara a los rojos por su valor? El general nacionalista dijo que, en cuanto al valor, los rojos eran igual que los nacionales. Un bonito piropo, sin duda. En nombre del ejército republicano, agradezco las amables palabras del general. Pero, señorito general fascista José Solchaga: cuando tú te enfrentas a un enemigo que tiene tres hombres por cada uno de los tuyos, seis o siete piezas de artillería por cada una de las tuyas y es completamente dueño del aire y, aún así, no solo no sales corriendo, sino que te mantienes firme en tus posiciones y encima dificultas gravemente el avance de tan poderoso ejército durante mes y medio, tu valor no es igual que el valor del que te ataca, es muy superior.

A la batalla que acabó siendo conocida como Batalla de Belchite, todavía le quedaban unas cuantas jornadas de vida. Como sabemos, había una serie de brigadas, a las que habíamos dejado a punto de lanzarse al asalto de Belchite, en la madrugada del 27 al 28 de agosto. ¿Qué fue de esas brigadas y de los que las apoyaban? ¿Qué pasó con los defensores? ¿Qué pasó en Belchite?
BELCHITE
De la línea Belchite-Codo-Quinto, la primera población era la que mayor guarnición tenía. Aunque el pueblo, contaba con 3000 habitantes antes de la guerra, ahora, por su peligrosa situación de cercanía con el frente, solo le quedaban unos 2000. Pues bien, la guarnición de Belchite la componían más de 2.200 hombres; es decir: Belchite tenía más guarnición que habitantes en ese momento. Además contaban con diez piezas de artillería por lo menos y algún vehículo blindado.
La población estaba rodeada. Bastaba con mantener ahí a las mínimas fuerzas para que el asedio fuera sólido. Los sitiadores solo tenían que fijar a los sitiados mediante hostigamiento artillero, descargas puntuales de fusilería, pequeños golpes de mano y cosas así. Los defensores de Belchite no iban a ir a ninguna parte. Pero vamos a ponernos en el peor de los casos: los asediados consiguen atarvesar el cerco. ¿Qué iban hacer dos mil y pico tíos perdidos por ahí, a mas de veinte kilómetros de los suyos? Como mucho, intentarían alcanzar las líneas propias. Podrían llegar a ser una «molestia»; pero nada más y, eso en el peor de los casos como he dicho. La guarnición de Belchite, aparte de un puñado de legionarios, no la formaban tropas de élite africanas: eran oficiales, reclutas, falangistas, requetés (carlistas) y hasta civiles (sin duda, algunos de ellos voluntarios forzosos). La decisión del general Pozas, de tomar el pueblo al asalto, convirtió a esos 2.200 hombres, bien atrincherados tras sólidas defensas y parapetados en casas y otras edificaciones transformadas en fortines, en unas máquinas de matar. Cosa que hicieron a raudales con los soldados republicanos que les atacaron.
Pozas sacó de su Ejército del Este a la 32 división con sus tres brigadas, a la que añadió una brigada más, la 135. Aparte la 153 permanecería en la reserva, pero no por mucho. Cinco brigadas en total, retiradas del Ejército del Este, en aras de realizar la gloriosa empresa de conquistar Belchite. ¡Belchite! ¡la clave de la guerra! Ya sabes, está Madrid, Barcelona y luego Belchite en importancia... patético. Y mientras, los sufridos y valiosos soldados de la agrupación A, la 28 división y la agrupación B, dejándose la piel literalmente, al Norte del Ebro. ¿No podía el general Pozas, haber destinado esas unidades del Ejército del Este, a reforzar o relevar a la gente de Del Barrio y de Kleber? No, total ¿para que? Si los de la A, aparte de haber forzado el Gállego tres veces, únicamente estaban a punto de crear una bolsa, en la que se iban a quedar encerrados muchos enemigos ¡qué tontería! ¿Y los de la agrupación B? estuvieron a diez kilómetros de Zaragoza y con capacidad ofensiva; sí, podían haber colaborado en cerrar la bolsa de Perdiguera-Leciñena; también, pero ¿qué es eso ante la posibilidad de hacerse con Belchite?
De modo que, aquella sofocante madrugada del 28 de agosto de 1937, dio comienzo un ataque desde todas las direcciones, contra el pueblo Belchite. El asalto estaba apoyado por carros de combate que fueron repelidos por la eficaz acción de la artillería nacional. Asimismo, los defensores descargaron todas las armas que tenían a mano contra la infantería republicana. La sangría habia comenzado y, el resultado de los primeros asaltos en aquella noche fue el de muchos muertos o heridos en las filas antifascistas, algunos tanques dañados, pocos muertos y heridos entre los defensores nacionales y ni un solo centímetro cuadrado de Belchite tomado.
Hubo que esperar a que el abrasador Sol, luciera en todo lo alto del cielo, para que los atacantes se hicieran con algunas posiciones en las afueras del pueblo. Y eso después de haber sometido a la localidad a un intensísimo fuego de artillería que había desgastado a los defensores de la periferia. La ridiculez se completa por la tarde, cuando varios «prohombres» republicanos, tanto militares como politicuchos, se dejan caer por las cercanías de Belchite (cerca, pero a una distancia más que prudencial, claro), porque algunos genios se creyeron que Belchite estaba a punto de caer y; por lo tanto, esas personalidades iban a participar en la entrada triunfal en la plaza.

Emblema de la Legión.
El símbolo sugiere que
son herederos de los victoriosos
tercios de los siglos XVI y
XVII. En la guerra civil, aunque
muy lejos de parecerse a aquellos
antiguos soldados, siempre
fueron protagonistas.

Los prohombres republicanos tendrían que esperar un poquito más, para hacer el imbecil por las arrasadas calles del pueblo. Durante el resto del día y buena parte del siguiente, los asaltos se suceden una y otra vez y, las bajas republicanas se van multiplicando sin parar. Ni siquiera han caido aún las posiciones periféricas, mucho menos el casco urbano. Pozas se ve abrumado por la inesperada resistencia de la guarnición; así que, como había pocos matándose por ahí pues, ¡vamos a traer más, para que sean sacrificados! ¡me sobran los soldados! Así es: Pozas manda traer a otra brigada y, más tanques y más artillería. Al final de la jornada, la acción concentrada contra el pueblo de la reforzada masa artillera republicana, junto con algunos bombardeos aéreos, deja al pueblo reducido e un montón de escombros. Aquel día 29 de agosto, prácticamente Belchite adquirió la «forma» que aún cónserva en la actualidad. Un nuevo ataque combinado de infantería y carros amplió la destrucción; pero el resultado seguía siendo el mismo: los defensores conservaban el núcleo urbano y parte de la periferia... y los republicanos seguían cayendo como moscas. Únicamente, ademas de las lógicas bajas, insignificantes por otro lado, en comparación con las de los atacantes, los de la guarnición de Belchite empiezan a sufrir la escasez de víveres, agua y municiones. Pero lejos de derrumbarse, comunican a Ponte que lucharán hasta la muerte y... lo cumplirán.
El mando de la plaza lo tenía el teniente coronel Enrique San Martín. Este oficial estaba resuelto a resistir hasta el final y, como veremos, no hablaba por hablar. Es cierto que en las filas nacionales existía cierta «tradición» de resistencias a ultranza, como la del Alcazar de Toledo. Posiblemente, San Martín y su gente, pensaron que la superioridad nacionalista se impondría y romperían el asedio desde el exterior, como había ocurrido en Oviedo o en la misma Toledo. También es cierto que, había antecedentes que decían que esto no siempre era así, como el del Santuario de Santa María de la Cabeza en Jaén o el del cuartel de Simancas en Gijón; pero aquellos hechos ocurrieron en las primeras semanas o meses de la guerra. Ahora el ejército «español» (como dirían ellos) era mucho más fuerte y Franco siempre respondía a la llamada de sus héroes (pensarían). Supongo que no eran conscientes de que Franco, solo respondía a la llamada de Franco y, en ese momento, el payasísimo estaba muy ocupado en preparar la liquidación del frente Norte. De todas formas, no seré yo quien reste mérito a los defensores de Belchite. Fuera lo que fuera lo que se les pasaba por la cabeza, lucharon con un increible valor, hasta las últimas consecuencias.

Bombarderos Savoia SB 79.
Estos robustos bombarderos italianos tuvieron
su bautismo de fuego en la guerra civil, sobre los
cielos aragoneses en 1937. Los cazas soviéticos
estaban tan débilmente armados que, no lograron
derribar a ni uno solo, por mucho que les alcanzaran.

El día 30, se repite la misma película. Los bombardeos aéreo-terrestres no dejan nada intacto. Las posiciones periféricas se reducen ya a la estación de ferrocarril y al seminario. Al día siguiente, solo permanecerá el seminario como posición separada de Belchite, en manos nacionales. Muchos defensores se han replegado al centro de la población y los mensajes que desde ahí se envían al mando nacionalista son más prosaicos que antes: se solicita ayuda urgente. Pero la única ayuda que van a recibir los asaltados, serán en forma de contenedores lanzados por la aviación nacional. En defensa de esos aviones, la fuerza aérea al servicio de Franco, consigue derribar algunos cazas Polikarpov I-15 «chatos». Los poderosos cazas alemanes Messerchmitt Bf-109, manejados exclusivamente por pilotos de la Luftwafe, hacen acto de presencia. Tampoco faltan a la cita los monoplanos soviéticos Polikarpov I-16 «moscas» que se baten contra los superiores Bf-109. Por supuesto, los Fiat Cr-32 del «as» Morato no se iban a perder esto. En total, cerca de 200 aviones entre unos y otros, muchos de ellos combatiendo sobre los cielos del pueblecito de Belchite, aparte de la que estaba liada abajo, increible. Los contenedores (fardos en realidad) que eran lanzados a los sitiados, incluían víveres, municiones y medicamentos que, en gran parte caían en manos republicanas, como es lógico. El objetivo de los aviadores que transportaban los contenedores de ayuda, era el casco urbano de Belchite, no era la bolsa de Stalingrado precisamente, es normal que fallaran en muchas ocasiones.
El día 31, al «general Walter» se le había concedido el dudoso honor de ejercer el mando directo de los asaltantes. Parte de su división 35 (esa que le quitaron a Modesto) participará junto a él, en el esfuerzo destinado a tomar Belchite. El mando del internacional polaco no empieza muy bien, como era de suponer. Los ataques sobre el casco urbano continúan con la misma intensidad que antes y, con el mismo resultado dantesco que antes, sobre todo para los que atacan. El seminario, única posición periférica en manos de los defensores, está ocupado por el Tercio «Almogávares» (¿sabrían quienes eran los almogávares del siglo XIV, los del Tercio «Almogávares» del siglo XX?), junto con algunos otros que se habían replegado allí. Estos «tercios», eran unidades de milicianos tradicionalistas, generalmente con tamaño de compañía. Algo parecido ocurrió en el otro bando con los llamados «batallones», normalmente creados por anarquistas, en los primeros meses de la guerra. El caso es que Walter, quiso tomar el seminario de forma civilizada y propuso a los «Almogávares» un acuerdo de rendición. La respuesta de los monárquicos hombres de dios del tercio, no podía ser otra: ¡Viva Cristo Rey! Walter, (que si aún no sabía que no se puede razonar con esa gente, lo supo entonces) en respuesta ordenó que el seminario fuera arrasado a cañonazos. Así fue; pero por increible que parezca, algunos no se habían enterado todavía de que la artillería por si sola, no es garantía de nada. Los hombres de Walter atacaron y, los requetés, parapetados entre los escombros, los acribillaron a balazos.

Soldados carlistas.
Monárquicos, ultras y católicos fanáticos. El emblema del requeté
incluía el aspa de Borgoña que, fue el emblema de los Tercios de los
siglos XVI y XVII. Los fascistas en general, se empeñaban en considerarse
sucesores de un pasado que la mayoría ni conocería. Si los legionarios
no podían compararse con los Tercios del siglo XVI, los carlistas ni te
cuento. Voluntarios milicianos al principio de la guerra civil, pronto fueron
integrados en el ejército, formando unidades de considerable eficacia
como las Brigadas Navarras que, luego se transformaron en Divisiones
Navarras.

Mientras, en el pueblo, los republicanos por fin empiezan a conquistar poco a poco el casco urbano. Los tanques entran también finalmente. Entonces, se entabla una lucha que, hace que lo acaecido hasta ahora, parezca una pelea de patio de colegio. Unos y otros se encuentran cara a cara, las bayonetas hablan, las granadas se lanzan como si fueran bolas de nieve contra la casa de al lado, contra la otra habitación. El infierno y la catarsis sangrienta ya se ha hecho patente en toda su abrumadora contundencia. Así son los combates urbanos. En esa situación, el disparar sobre enemigos lejanos, es algo poco frecuente. Ahí estás cuerpo a cuerpo con él y, las armas blancas, las granadas  y hasta los puños y piernas, cobran un protagonismo que no suelen tener en campo abierto.
Como en las otras ocasiones, este combate termina con los republicanos obligados a replegarse, escaldados. Pero la situación de los defensores se vuelve crítica por momentos. Este es el mensaje que trasmiten por radio al general Ponte, ese día 1 de septiembre: «El número de bajas aumenta por momentos. Defensas empiezan a fallar por agotamiento de la tropa. Urge envío de sacos terreros. ¡Viva España!» El viva a España, nunca puede faltar por muy desesperada que sea la situación.
Para el día 2, los chavales del Tercio Almogávares en el seminario, se encuentran en unas condiciones que hacen imposible su permanencia en aquella posición avanzada. Walter está muy nervioso ante la posibilidad de que se le culpe a él, por un probable descalabro ante ese montón de escombros que tiene que ocupar y, por consiguiente, está decidido a sofocar la resistencia nacionalista de una vez por todas. Ya van cinco días de asalto y, ni siquiera han terminado de reducir todas las posiciones periféricas: queda el seminario. Antes de que sean masacrados, el jefe del Tercio Almogávares: el laureado capitán de infantería Juan de Nieva Gallardo (en realidad, todos los defensores de Belchite, exepto los «voluntarios» civiles, obtubieron la Cruz Laureada de San Fernando colectiva, la gran mayoría a título póstumo), organiza la evacuación del seminario. Un pequeño grupo de carlistas, se abrirá paso, a base de granadas de mano, hacia el casco urbano de Belchite. Lo consiguen y, detrás de ellos se lanzan el resto de los soldados. El intento es tan desesperado como valiente. De los más de 200 defensores del seminario, menos de 70 alcanzan el centro del pueblo.
Al mismo tiempo en el casco urbano, el asalto continúa casa por casa. La cantidad de escombros es tan elevada y las calles tan pequeñas que, la acción de los tanques en el interior de Belchite, se reduce a quedarse embotellados y a ser destruidos o a tener que volver por donde habían venido. La República no para de despilfarrar los magníficos carros T-26, que tanto han costado al Estado, ya que el gracioso de Stalin, los ofreció desinteresadamente, en pro de la libertad; pero a un precio tan alto que parecía que esos tanques estaban recubiertos por un baño de oro y diamantes. Los soldados rojos, siguieron asaltando el centro de Belchite ese día, junto a los inútiles carros en aquel escenario. Tal vez consigueran apoderarse de algunas habitaciones; pero el precio que pagaron por ello, está a años luz de valer la pena.

Artillería nacionalista.
Los artilleros de la guarnición de Belchite se mostraron
muy eficaces al rechazar los primeros asaltos de tanques
e infantería.

Para el día 3 de septiembre, los combates entre las ruinas repletas de cadáveres, han alcanzado un nivel de intensidad y crueldad que algunos ya no pueden más. Es el caso de los internacionales de la brigada 15 (Lincoln), de mayoría estadounidense, que tienen que ser relevados. La 157 brigada, de anarquistas, junto a guardias de asalto, prosiguen con la locura. No hay prisioneros, ni en uno ni en otro bando. Por la tarde, parece que por fin va a acabar todo. Se comunica al mando republicano que Belchite está tomado, excepto por algunas posiciones aisladas. Era verdad, pero esas posiciones aisladas, todavía podían causar muchas bajas más a los atacantes y, así será.
El ayuntamiento y la famosa iglesia, junto a su entorno, fueron el último reducto nacionalista de importancia en Belchite. Aparte, quedaban defensores dispersos por el resto de las ruinas. Los asaltantes, fijan a los defensores en la zona de la iglesia y ayuntamiento y, prosiguen con la labor de limpieza en el casco urbano. Una vez más, las granadas son lanzadas a través de puertas y ventanas y, a continuación se reproduce el baño de sangre al irrumpir con la bayoneta por delante. Hay que decir que los defensores de Belchite, se ganaron de sobra la Laureada esa de mierda. Ahí no se rendía ni dios. Tampoco los republicanos les daban la oportunidad de hacerlo. La oferta que Walter propuso a los del seminario hacía tres días, fue el único destello de «piedad» en todo este esperpento. No obstante, el valor de la gente a las órdenes del teniente coronel San Martin, había cobrado tintes épicos. Tal vez, muchos de esos hombres, realmente creían que cuando les mataran, su alma viajaría al cielo y les recibiría un tal san Pedro o algo así. De todas formas, no debe de ser fácil seguir luchando cuando ves que tus compañeros van cayendo por todas partes, cuando ves que no tienes salvación y el enemigo es muy superior. Los republicanos se vieron inmersos en situaciones parecidas a esta durante toda la guerra, con el agravante de que, al menos se presupone, la mayoría de ellos no creían que después de muertos se iban a ir a un paraíso con el san Pedro y compañía, ellos sabían, o creían saber, que al morir todo terminaba.
A los sitiados en la iglesia y ayuntaminto, se les acaban las provisiones de comida, agua, municiones y medicamentos y, encima los heridos se les amontonan, sin posibilidad de atenderles. La situación es más que angustiosa para ellos. Ese día 4, comunican a Ponte el siguiente mensaje: «Situación angustiosísima, imposible resistir mañana». Como estarían para que se olvidaran del viva a España.
Al día siguiente, los de la iglesía, efectivamente, no pudieron resistir. Los republicanos la ocuparon completamente en las primeras horas del día 5, pero no sin el correspondiente número elevado de pérdidas humanas en sus filas. Ya solo quedan los del ayuntamiento, último vastión de los heroicos defensores de Belchite. Por fin, el mando nacionalista se convence de que no pueden auxiliarles y les instan por radio a que intenten romper el cerco esa misma noche. Por una vez, los fascistas tendrán que recurrir a la noche al estar en clara inferioridad. Algunos nacionalistas, supieron lo que sentían siempre los del otro bando.
Para facilitar la huida a los cercados del ayuntamiento, el general Ponte, ordena que se enciendan una serie de hogueras en las alturas del vértice Sillero, que servirían de faro a los que lograran escapar. Desde el momento en que recibieron el mensaje de sus mandos, el teniente coronel San Martín, inició los preparativos para la huída. El comandante Santa Pau, será el encargado de dirigir la intentona. Los heridos y unos pocos intactos o heridos leves, se quedarán para cubrir a los que se salgan, y San Martín se quedará con ellos. A esto me refería cuando dije que el teniente coronel no hablaba por hablar. Lógicamente, como jefe de la plaza, tomó la decisión voluntariamente. Desde el principio había transmitido la orden de resistir hasta el final y cuando llegó ese final, no intentó salvar el pellejo.
La noche cayó sobre Belchite. Unos seiscientos hombres de la guarnición, incluyendo a otro tercio de carlistas, el «Montserrat», acometen contra la línea republicana. No consiguen atravesarla a la primera, ni en varias ocasiones más. Pero alrededor de las diez de la noche, un pequeño grupo logra eliminar a unos centinelas despistados, abriendo una brecha por la que escaparán, rumbo a las hogueras del vértice Sillero, unos quinientos hombres. Santa Pau, organiza a su gente en pequeños grupos para dificultar la cacería. Una inteligente medida, que no impidió el que más de trescientos, se quedaran por allí para siempre, alcanzados por las balas de fusil y ametralladora, incluido el mismo Santa Pau. El Tercio Montserrat, había quedado descalabrado. Después será recompuesto, para volver a ser aniquilado un año más tarde, en el transcurso de la Batalla del Ebro. Finalmente, apenas doscientos hombres alcanzaron las posiciones propias del vértice Sillero, serán los únicos supervivientes de los más de 2.200 que componían la guarnición de Belchite.
Durante el resto de la noche, sucumbiría el teniente coronel San Martín, junto con los heridos y no heridos que permanecieron a su lado. A lo largo del día 6, las tropas republicanas completaron la ocupación del pueblo, reduciendo a los últimos tiradores aislados que estaban desperdigados aquí y allá. Hasta el último instante, el Ejército Popular, no paró de sufrir bajas en este penoso acontecimiento. Belchite ya estaba en poder de la República. La gran «victoría» se había culminado.

CONCLUSIÓN
El resultado de la ofensiva que se desencadenó sobre Zaragoza, se resume en una palabra: ninguno, si exceptuamos a los miles de muertos y heridos. Ni se paralizó la campaña nacionalista del Norte, ni se asaltó Zaragoza, ni nada. Solo se había ganado una porción de terreno, de poco o ningún valor, al Sur del Ebro.
Pero, el cúmulo de despropósitos republicanos, no acabaron con la conquista de Belchite. Mientras el general Pozas, junto al general Llano de la Encomienda y otros «VIP» civiles y militares de la República, hacían el anormal paseándose por las ruinas de Belchite, para hacerse fotos, tal y como tenían pensado hacer días atrás, los muy valiosaos y abnegados hombres de las agrupaciones A y B, junto con la 28 división, sufrian el acoso del ejército nacional que, a lo largo de septiembre, les haría retroceder hasta el punto de partida al inicio de la ofensiva, incluso más atrás. El mando nacionalista, actuó con más cerebro, en esta ocasión, que sus iguales en el otro lado. Las posiciones republicanas al Norte del Ebro, habían quedado demasiado cerca de la capital aragonesa y en cuanto a la bolsa Perdiguera-Leciñena, aunque no era tal, todavía se encontraban allí en una situación comprometida. Ponte y los demás jefes fascistas, no podían permitirlo. Los valientes y eficaces soldados de las agrupaciones A y B, abandonados a su suerte, perdieron el terreno que con tanto mérito y esfuerzo habían ganado, sin que ni Pozas, ni nadie, hicieran nada por impedirlo. En cambio, las unidades nacionales encargadas de esas operaciones, sí que fueron reforzadas con las brigadas italianas «Flechas Negras» y «Flechas Azules».
No creo que el coronel Rojo, estuviera de acuerdo con esto, ni con el asalto de Belchite. Hay que recordar sus instrucciones previas para el ataque: dejó claro que no había que entretenerse en objetivos menores. Es verdad que cuando Pozas decidió el asalto de Belchite, la ofensiva ya duraba cuatro días y estaba estancada. Parece ser que Pozas, ante la aparente imposibilidad de amenazar Zaragoza, quiso apuntarse una mínima victoria con la toma del pueblo. Personalmente, sigo sin entender que clase de victoria fue esa, ni tampoco entiendo por qué no se utilizaron esos medios en reforzar a los del Norte del Ebro, que tan bien se habían comportado y que eran los que más cerca estaban de Zaragoza. ¿Por qué el coronel Rojo no hizo nada por frenar la locura del asalto a Belchite? Pues no tengo ni idea. Tal vez, a pesar de ser el jefe del Estado Mayor Central, en verdad no tenía tanto poder. Ya sabemos que, aunque era el jefe del Ejército Popular y, por lo tanto se supone que era el homólogo de Franco en el otro lado, la realidad es que no era así. La República, al ser una democracia parlamentaria, el poder lo tenían el presidente y el primer ministro, incluso en los asuntos militares. Hasta los ministros metían las narices en ese tema que, fue el principal tema entre 1936 y 1939. Políticos que solo saben hablar en el mejor de los casos, dirigían ejércitos. Con ese panorama, parece increíble que las tropas republicanas aguantaran casi tres años.
Los intentos por socorrer a los del Norte, no terminaron con la batalla de Belchite. En octubre, se lanzaron una serie de ataques en el mismo sector aragonés. Recientemente, se habían entregado al ejército republicano 50 nuevos carros de combate: los BT-5, que eran superiores a los T-26 en velocidad y potencia de fuego. Se decidió, a propuesta del coronel ruso Kondraiev, al mando de las unidades de carros equipadas con los BT-5, que se ensayaran ataques combinados de infantería con los nuevos tanques. Una buena idea en principio. Los ataques se llevaron a cabo con el resultado de un rotundo fracaso, debido a fallos de cordinación, falta de previsión, desobediencias, ausencia de reconocimientos del terreno, etc. Además, el mando directo lo tuvo el coronel Segismundo Casado. ¿Qué quién era este tío? recordémoslo brevemente: el Casado, en 1939, era ya el jefe del Ejército del Centro. Desde esa posición, en marzo de 1939, lideró un golpe de estado interno contra la República. Luego se supo que para entonces, ya llevaba varios meses en contacto con los franquistas. Aquel golpe, se realizó con la excusa del anticomunismo; pero no era otra cosa que la conjura de una serie de mierdas, dentro de la República, que solo querían rendirse al enemigo porque estaban cansados de la guerra y, en su infinita e inconmensurable estupidez creían que serían respetados después por los fascistas. Casado, salvó su miserable vida, pero tuvo que exiliarse; afortunadamente, no todos los implicados en la traición se libraron del fusilamiento, como el politiquillo Julián Besteiro, del PSOE.
El caso es que, ese golpe dirigido por el coronel Casado que fracasó en Cartagena, pero triunfó en Madrid, gracias a la intervención de los anarquistas, como la 14 división de Cipriano Mera (los anarquistas, cuya ideología respeto, no pararon de tocar los cojones en toda la guerra, con excepciones, por supuesto) y a la fuga del gobierno con la plana mayor del PCE que, desmoralizó a los comunistas (no se por qué) que querían luchar hasta el final, fue la puntilla para la República. Solo sabiendo que el Casado, ese destacado «ser» despreciable dentro de una historia (la guerra civil) plagada de seres despreciables, tenía el mando de los ataques de octubre, no me sorprende nada el resultado negativo de estos, pero solo estoy conjeturando.
Y ya, esta historia toca a su fin. Después de que el Norte republicano desapareciera, Franco, con su ejército más reforzado que nunca, volvió a fijarse en la parte central del país. En agosto de 1937, una sombra se cernía sobre Santander, que acabó engulléndola. En diciembre del mismo año, esa misma sombra se cernía, una vez más, sobre Madrid. Pero aquello no importaba, la República... tenía Belchite.